lunes, 18 de enero de 2016

biyuya

Varios argentinos debaten por estos días sobre cuál sería la representación simbólica q debería establecerse en el inminente cambio d imagen del papel moneda nacional y lo hacen centrados entre iconicidades d variadas faunas autóctonas (incluyendo la humana). Algunos sostienen q la nación (presupuesto de concepto global poco definido a representar en un billete q parece coincidir en los argumentos d todos) no podría ser encarnada en el grabado d un cóndor, una ballena o un yaguareté y q esa arbitrariedad sí estaría cabalmente expresada en el rostro d un humano q integrase la categoría d "los próceres". ¿Puede el dibujo d un cóndor o d un hornero representar la nación? ¿Puede hacerlo un dibujo del rostro d Belgrano (d quien cuya única referencia mimética visual parece ser sólo una pintura al óleo d la época)? Si lo hacen, ¿lo cumplen con diferentes jerarquías? ¿con q argumentos expresan su contenido? Retorna una vez más el problema de lo simbólico: una imagen figurativa -aquella q imita objetos concretos- ¿puede representar un concepto, una idea, una abstracción? La respuesta es obvia: claro q puede, tenemos varios ejemplos a mano. Es el acuerdo social, es la arbitrariedad quien puede establecer sencillamente la conexión d la misma manera q lo hace una paloma para decir paz, o un par de colores para decir Argentina o Uruguay, o una flor, o un dibujo geográfico en un papel para referirse a alguna otra cosa. Está claro también q lo simbólico se mueve en contextos y q además el cambio q aquí se promueve no es sobre cualquier objeto, sino sobre uno del q todos nos creemos con algún derecho. Así, esta discusión, q se enmascara tras una nueva y débil guerra de las imágenes donde todos los contrincantes pertenecen al mismo bando -el d los iconolatras- se nubla proporcionalmente a la intensidad de la adscripción ideológica d los debatientes. Frente a lo dicho, vienen a mi mente los noruegos, quienes en este tema han sabido dar una respuesta más propia del mundo actual pero tan distante de nuestra exacerbada paranoia.





Alejandro Zoratti Calvi

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