domingo, 26 de agosto de 2018

verde y celeste, los extremos de un mismo océano

La teoría del color sostiene que el azul y el verde son colores adyacentes, es decir, cercanos en el círculo cromático, pero por estos días no hemos visto dos matices más antagónicos que esos en la sociedad argentina. El verde, color relajante asociado simbólicamente a la tranquilidad, la naturaleza, la ecología, la fertilidad, la salud, ha pasado a llamarse en las tiendas de "verde Benetton" a "verde aborto". El celeste -azul con blanco- se lo suele relacionar con la espiritualidad, la paz, la pureza, la inmensidad del cielo y los mares, y para nosotros, también con los símbolos patrios, de modo tal que tiene un sentido de nacionalidad, de unidad y de lealtad.
El verde acusa al celeste por su dogmatismo religioso, su necedad e inmadurez para enfrentar el futuro y negarse a formar parte del grupo de los países desarrollados al seguir sosteniendo convicciones propias de la Edad Media, de ser la rancia derecha. El celeste, por su parte, denuncia al verde por ocultar en su reclamo intereses de organizaciones internacionales que lucran con las prácticas abortistas, por asesino de niños y por genocida. Cada color culpa al otro declarando que no le interesa las mujeres pobres, quienes serían las que más padecen el flagelo de los abortos clandestinos, y todos se convierten en la voz de los que no tienen voz. En los debates entre ambas tonalidades hubo de todo: argumentos científicos. religioso/ideológicos y jurídicos, testimonios y estadísticas, amenazas y ofensas.

Axiología de las leyes
En lo cotidiano, en el "mundo concreto", hay actos humanos particulares y las leyes intentan ordenar de un modo teórico generalizable los límites de esos actos, son la piedra angular de una república, el imperio de la ley. Dado que intentan ser juicios generales (teoría, concepto universalizable) aplicables a casos específicos, relativos (lo empírico, lo práctico, lo particular), una buena ley respondería con equidad, si no a todos los casos, a la mayoría. A su vez, estas normas republicanas están cimentadas en otras teorías o ideas que les sirven de sustrato: el concepto de mundo que consideramos "el mejor para todos", es decir, esquemas de valores, de moralidad, de sentido de lo ético en los que se sustentan. Así, por ejemplo, en nuestra Constitución Nacional, en su Art. 15 dice: "En la Nación Argentina no hay esclavos (...)" Esta ley se basa en un principio que aspira a lo universal: el fundamento moral de que ninguna persona puede ser vendida o comprada como podría hacerse con un objeto cualquiera, con una idea o inclusive con otro ser vivo no humano como un perro o un manzano. Esta axiología de un mundo ideal no es igual para todas las personas de todas las geografías en todos los tiempos, y por eso las normas no son para siempre: siguiendo con el ejemplo, hubo una época en que tener esclavos en nuestro territorio no era ilegal. Hay leyes que, con el tiempo, van evidenciando el peso de su anacronismo y se modifican, o deberían hacerlo.

¿Cuál es el mundo ideal del verde y cuál el del celeste? ¿qué axiología se pone en discusión y hace temblar los cimientos de la estructura del mundo que vivimos? Nada menos que el concepto de persona, su voluntad y su derecho a la vida, la génesis de todo mundo posible. El punto neurálgico que se está tocando es el valor que le otorgamos a la vida humana: ¿el derecho a existir siempre estaría sobre todo otro derecho?

Vida y voluntad
Apoyados en este concepto de derecho a la vida, el celeste se rebela. Su mundo ideal sostiene al aborto como un acto inaceptable bajo cualquier circunstancia: la vida como absoluto. Por su parte el verde también sale a la calle porque dice que cada persona tiene derecho a decidir lo que quiera hacer con su cuerpo: su mundo ideal es la voluntad como absoluto.

El mundo civilizado acepta el derecho a la existencia humana como un principio universal, y así lo expresan sus leyes y tratados. Aquí lo universal nunca es el todo, sino más bien, un todo con excepciones. Así, esa universalidad se relativiza cuando se acepta poner fin a la existencia de un ser humano bajo determinadas circunstancias, como el homicidio en legítima defensa, la eutanasia o la pena de muerte. Existen condiciones particulares en algunos actos humanos en donde el derecho a quitar la vida estaría por encima del derecho a la existencia, tan por encima que la suprime. Los casos en que la legalidad permite matar personas parecen estar fundados en una jerarquía del derecho a la vida: hay personas que -en casos excepcionales- tienen un derecho superior a la existencia que otras, por lo tanto es preferible y hasta necesario matar. ¿Puede considerarse al aborto como otro caso excepcional de la supresión de la existencia? En la práctica, la ley argentina actual considera argumentos de este tipo cuando permite matar al feto si la vida del o la gestante está en peligro.

Potencia y acto
En el debate del proyecto de ley apareció un análisis para mí tan novedoso como incierto, y es la diferenciación entre el concepto de vida humana y ser persona. Quienes abonan esta teoría sostienen que la vida biológica de un ser humano no coincide necesariamente con el ser persona y, por lo tanto, sujeto de derechos. Se introduce así la categoría de seres humanos no personas, un apéndice extraño al cuerpo de la persona gestante que podría convertirse en persona ya sea porque un específico estadio biológico lo determina (el desarrollo del sistema nervioso) o porque el acto de pronunciamiento de quien ejerce el embarazo así lo quiere, dando origen en el mismo acto al ser madre ("este conjunto biológico de vida humana ahora es mi hijo"), una pura construcción de la voluntad. Algunos refieren en este contexto al argumento aristotélico de potencia y acto, y ciencia y religión vuelven a oponerse, aunque lo cierto es que tampoco hay acuerdo ni entre los propios científicos ni entre los mismos religiosos. No sé si será posible corroborar esta teoría de un modo empírico, (¿qué ser humano tiene conciencia de su instante primigenio?) y la verdad es que parece más bien un argumento de base jurídica que pretendería justificar a los abortos como prácticas donde se matarían vidas humanas carentes de derechos, con un fuerte olor a autoengaño, un modo de apaciguar la conciencia al convencerla de que, en definitiva, solo se estaría matando vidas humanas y no personas.

Absolutos y relativos
Si aceptamos una absoluta ilegalidad del aborto, asumimos que la vida está por encima de todo derecho y no hay excepciones. Si aceptamos su legalidad -al menos como se plantea en el proyecto de ley- asumimos que la voluntad de alguien -y no necesariamente como excepción- puede estar sobre el derecho a la vida humana que no es la propia. Lo cierto es que no hay absolutos ni en uno ni en otro sentido: en este debate se enfrentan las relatividades de la voluntad y de la vida. La vida no tiene absolutos. Hace pocos días escuché a una persona celeste afirmar en la televisión -ante la pregunta de una verde que la increpaba- que daría su vida si tuviese que elegir entre la de ella y la de su hijo por nacer; yo además le hubiese preguntado qué haría si en otra situación, también limite, viese a una persona a punto de matar a su hijo y tuviese que elegir entre la vida del niño y la del agresor. ¡Pero ya hemos dicho que hay casos en los que la voluntad puede estar por encima del derecho a la existencia! La encendida virulencia que provoca el caso del aborto es que el conflicto se centra en que esa voluntad acciona sobre la inocencia e indefensión del que perderá la vida. Además, si el principio teórico que se sigue es la voluntad absoluta, podrían considerarse en un futuro otras leyes donde las voluntades de unos tendrían derechos sobre la continuidad de la vida de otros, a sola firma de una declaración jurada en donde se manifieste que "padecen la existencia de alguien" como quien, en los casos de aborto, "padece la existencia de otra vida producto de un embarazo", en tanto la vida a matar carezca -al menos para el conocimiento actual- de conciencia o voluntad.

La calle
El debate no es tan simple y todo se mezcla. Los celestes, junto con sus pañuelos, sacan en andas las imágenes de vírgenes, los rosarios, las velas y los curas. Los verdes, por su parte, se tiñen de banderas de la roja izquierda y gritan: "¡muerte al macho! ¡abajo el patriarcado! ¡lenguaje inclusivo! ¡Macri gato!". Hemos visto de todo: cánticos, argumentos racionales y emocionales, pintadas, afiches, exabruptos, misas y chicanas. Se autodenominan la ola verde y la ola celeste pero en mi percepción las considero más bien los tsunamis: son violentos y arrasan con todo a su paso. En todo caso, tanto las olas como los tsunamis no se mueven por sí, sino que se hayan a merced de una potencia superior -ya sea el viento o un terremoto- que ejerce su poder sobre la masa acuosa y la convierte en movimiento.
El ámbito del Congreso no ha sido muy diferente, donde quedó en evidencia tanto la escasa formación de quienes nos representan, como su mutación de legisladores a fiscales de un juicio mediático formulando preguntas acusatorias a los expositores que invitaron para informar sobre el tema en cuestión. El exceso de fragor de la calle, del parlamento y de las redes sociales explican cómo se está buceando en la profundidad de nuestro ser, revelándose como respuestas emocionales frente a la amenaza con la que, cierta otredad, atenta contra la más íntima construcción que cada quien hace del mundo, pero la irracionalidad patotera o la argumentación ad hominen nunca serán premisas de validez, y más bien contribuirán a extremar posiciones que deberían encontrarse en algún conjunto intersección, al menos para quienes pensamos que la convivencia en las sociedades está fundada en el diálogo. Dialogar es exponer con claridad las ideas que se tiene sobre algo (lo que no elimina el énfasis discursivo que expresa convicciones), pero incluye la responsable capacidad de escuchar a quien piensa diferente, e incluso aceptar que alguno de los propios juicios puedan estar equivocados. La superación de estas oposiciones deberá ser una norma justa en la que seguramente algunos deberán ceder posiciones y quedarán disconformes y así la tensión dialéctica seguirá hasta alcanzar la mejor ley, la que será de cumplimiento de unos y otros.

Conclusión relativa
Mi conclusión a este conflicto tarda en llegar, pero seguro será más moderada que la de los que se visten de esos dos colores hoy extremos. Soy defensor de los derechos de las personas y ello me convierte en defensor del derecho a la vida de todos. Siendo agnóstico, no invalido los argumentos religiosos sólo por el hecho de ser religiosos; más bien considero sus ideas como cualquier otra ideología sostiene las suyas: la fe, las creencias y los ritos no son propiedades exclusivas de lo religioso. Me alejo de la turba extremista, siempre irracional, fanática, patermaternalista y confesa de dioses. El problema de la clandestinidad de los abortos, el sufrimiento, la falta de educación sexual y el maltrato a las mujeres deben terminar, como debe terminar toda violencia sobre cualquier persona y el Estado es un actor protagonista en la resolución de los padecimientos de los ciudadanos en la medida de su alcance. Sostengo el derecho a la vida como el primer derecho, pero vivir no es sólo respirar, comer, caminar. Hay actos humanos que transforman la vida en agonías internas en algún momento de la existencia, abandono y soledad, ¿quién soy yo para juzgar el interior de otro ser humano? ¿por qué impondría las posibles soluciones a las tristezas de mi vida como soluciones a los padecimientos y dolores de los demás, desconociendo por completo su abisal miseria? Por eso sostengo las excepciones. No estoy de acuerdo en que a simple voluntad alguien pueda ejercer el derecho a terminar una existencia humana como tampoco estoy de acuerdo en que una persona deba padecer un embarazo que le provoque a ella y tal vez a su entorno, una vida insoportable. La madurez de la que algún color alardea con la espuma de su oleaje y pretende del otro matiz al otro lado del océano, no está en ser snob porque el mundo desarrollado parece ser mayoritariamente abortista, sino en asumir que al aceptar leyes que legalicen el aborto estamos aceptando que hay situaciones en las que podemos matar personas: decirlo con todas las letras es de maduro, y lo contrario solo destiñe.

Alejandro Zoratti Calvi



domingo, 20 de mayo de 2018

una palabra de amor

Una palabra de amor, una verdadera palabra de amor me salvaría.
Entre tantos sonidos articulados espero esa palabra.
Tendría condiciones para esto: que saliera de tu boca y que entendieras su efecto,
y así, en desnuda claridad, la pronunciaras voluntariamente.

He sido creado con ausencia de abrazos (quien modeló esta arcilla sólo usó estecas),
de manera que si, además, me tocases, podría confundir un aleatorio roce con afecto;
a fuerza de quedar en ridículo aprendí a distinguir la diferencia,
pero me siguen engañando en ocasiones las vecindades de esa mezcla.

No será mi carencia una carga para vos si tu palabra halla el eco exacto.
Con la incertidumbre de no saber si ya has nacido, de ignorar sin deseo tu existencia,
pronuncio mi eterno silencio acongojado en unas precisas coordenadas.
Una palabra de amor, una verdadera palabra de amor también te salvaría.

Alejandro Zoratti Calvi

domingo, 15 de abril de 2018

Enquistamiento Estructural Autocomplaciente

Una de las características de muchos individuos de la especie humana en su fase adulta es la manifestación del EEA (Enquistamiento Estructural Autocomplaciente), una forma de detención del desarrollo de ciertas estructuras internas ligadas al reconocimiento del mundo exterior, posiblemente alentado por un deseo de mitigar las variaciones permanentes de un universo inasequible. Las respuestas obtenidas de los sujetos experimentales han demostrado un 93% de predictibilidad sobre las pruebas desarrolladas (Exp. 1a, 1b, 1c) y un 89% del total se mantuvo firme en los conceptos aprendidos particularmente durante el desarrollo infantil, aún frente a las evidencias empíricas que demostraban o bien lo contrario, o bien más de una respuesta posible sobre lo que los sujetos consideraban como únicas argumentaciones. La verosimilitud de sus ideas -a pesar de su falsedad- determinaba como verdadera la invariancia del mundo (no podían describir los cambios, o adaptaban la evidencia expuesta a un sistema de conceptos fraguados imposibles de demostrar).
Algo similar ocurre en la trascodificación perceptual del espacio tridimensional a la construcción de su bidimensionalidad. Los sujetos que aprendieron, por ejemplo, que la boca y la base de una copa de cristal son generalmente circulares, tienden a dibujarlas (vista por debajo de la línea de los ojos y apoyada sobre una mesa regular) con su boca y su base casi circulares, mostrando dificultades para verlos como elipses alargadas en el plano de una representación bidimensional. Algunos de esos sujetos sólo descubrían la variante perceptual cuando se los enfrentaba a una toma fotográfica sobre la que se dibujaban las elipses correspondientes.
La fase crítica del EEA, conocida con el nombre de fanatismo (y en su período de irreversibilidad, fanatismo psicopático), determina en los sujetos que la padecen la propensión a la sistematización de la manipulabilidad mediática, particularmente en los que están expuestos a las diversas variantes de los mass mediasocial media, transformando a esa masa humana en una espiral mitómana autocomplaciente. En general los riesgos de contagio están determinados por quienes sufren algún tipo de pater/maternalismo patético-dependiente en cualquiera de sus variantes (idolatría venerativa, insuficiencia emoticobsesiva, corporativismo relajante, etc.).
Aún no se han definidos tratamientos curativos permanentes y en general sólo se recurre a paliativos para sobrellevar la dolencia. Sujetos en etapas avanzadas de EEA que han sido sometidos con bajas dosis de Dialogol compuesto, Lecturatropina y Autorreflexona, han evidenciado síntomas de abstinencia a los pocos días del tratamiento y normalmente regresan a su fase crítica previa.
Por otra parte, para aquellos sujetos que deben convivir con quienes padecen EEA que se niegan a tratamientos progresivos, se recomienda tomar Garambol Garombol doble a demanda.

Alejandro Zoratti Calvi

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