lunes, 30 de marzo de 2020

la glicina

No quisiera irme todavía, ¿a quién solicitaré la prórroga?
En algún momento deberé hacerlo, pero anhelo un tiempo más.
Es que hay una glicina que acabo de plantar y quiero verla florecer.
Sus racimos lilas perfumados, su sombra en el verano del patio.
¿Qué ambición escribiré en el papel para ser aceptado?
Algún padre necesitará besar a su hijo, algún hijo deseará abrazar a una madre
¡y yo con mi glicina!
Pero insistiré con el pedido, tengo todo en regla y lo merezco.
Mi problema sigue siendo el de siglos: ¿quién firmará la prórroga?


Jandri

miércoles, 25 de marzo de 2020

covid19 memento mori


Me pregunto qué tan sociales deberemos ser para no desaparecer,
para no convertirnos en bestias o en dioses.



A media mañana le propuse hacer una videollamada a Jandri. Aunque vivo muy cerca, no quise ir a su casa cumpliendo con la cuarentena que mantengo desde hace más de una semana, pero hacía tiempo que no sabía nada de él. Al principio noté poco entusiasmo de su parte, pero finalmente accedió. Al ver su rostro lloroso en mi pantalla comprendí la razón: sé que es reticente a mostrarse vulnerable y me confesó que necesitaba hablar aún en su angustia. Así me confió vivir una inesperada sensación similar a la que experimentó la mañana del 2 de abril de 1982 con sus casi 19 años, cuando vivía en Quisquizacate. Aquel día, como cada mañana, se despertó temprano para asistir a sus clases en el Centro de Estudios Claretianos, no con la música habitual, sino con los gritos exaltados de sus compatriotas -mezcla de histeria y revancha- "¡Las Malvinas son argentinas! ¡Tomamos las Malvinas y son nuestras!". Lo primero que pensó fue que los ingleses nos iban a hacer mierda, literal. Era de público conocimiento el poderío militar de los países desarrollados y aunque la distancia geográfica jugaba a nuestro favor, le resultaba difícil, más bien imposible, que aquello subsistiera más allá de lo que dura un fugaz éxito. Me relató que en los días sucesivos le llegaron cartas de sus amigos marplatenses (recuerde el lector que aún no había internet) manifestando ese difundido sentimiento de chabacana alegría revanchista. Siempre recibía noticias de sus afectos lejanos, pero particularmente ese mes, el de su cumpleaños. De todas las cartas recuerda vivamente la que le escribió Gabriela, su amiga de la adolescencia. Me aclara que olvidó el contenido del mensaje pero no los dibujos diseminados en todos los márgenes del papel, guirnaldas festivas que aludían a la recuperación de aquel austral territorio solo conocido por nosotros gracias a la fe en los manuales de historia y geografía. Del mismo modo veía cómo se exaltaba ese extraño clima pseudonacionalista en los programas televisivos y radiales, para él destinado al fracaso desde el origen. Estaba claro que no lo podía decir tan abiertamente ya que iba en contra del sentimiento nacional y de haberlo hecho hubiese agregado un argumento más al natural señalamiento que aquella sociedad ya hacía de los diferentes. Jandri me contó más cosas que no revelaré, pero lo que más destacó en esa charla fue la diferencia abismal entre sus ideas -tan obvias para él- y las de la gran masa social a la que había sido arrojado; esa particular circunstancia era otra confirmación que la existencia le regalaba para hacerle ver que esos desacuerdos serían casi una constante en su vida.
Hoy no lloraba por aquella guerra, sino por una nueva: el mundo había anunciado desde hacía unos pocos meses la expansión de una pandemia: el coronavirus o covid19. Cuando las noticias venían de China no parecían ser tan graves para nosotros, China siempre estuvo lejos. Pero desde que la enfermedad comenzó a infectar a los cercanos también la Argentina se puso en cuarentena. Políticos y periodistas se refieren a este flagelo como una guerra contra un enemigo invisible, pero ¿cuál es el verdadero sentimiento social?, me interpeló retóricamente Jandri. "La gente parece estar preocupada, pero no tanto", me dijo con resignación. El aislamiento obligatorio impuesto por el Gobierno Nacional no es respetado por muchos: hay miles de casos documentados, basta con entrar a twitter. Mi interlocutor se detuvo, hizo silencio, me miró impotente y yo leí su rostro: sé que presentía otra vez fatal destino. Nuevamente se afirma fluctuante, alejado de la masa, no por el confinamiento en su protectora casa, sino en la determinación de sus actos consecuentes con sus ideas. Se yergue alejado de la cantidad de esos vecinos que ve pasar desde su terraza solo para pasear a sus perros o para comprar una birrita, o de la interminable fila de autos que escucha pasar constante por la calle. No acepta esa des-solidaridad de un país al que los medios le hicieron creer que es solidario. Jandri está a favor de la eutanasia, de modo que no le importa si esas personas se mueren por su vulgar inercia, al fin de cuentas es su decisión. Lo que no acepta -y su vehemencia es magnífica- es que la anomia de los negligentes pone en riesgo a muchos, evidencia del desprecio absoluto por la vida del otro.
-"Hablar con vos me hizo bien, gracias por llamar" -concluye Jandri mejorado. "Te convidaría con un mate" me dice jugando distendido mientras extiende el brebaje hacia la cámara y los dos nos reímos.

Después de despedirnos con afectuosas palabras entré a ver algunas noticias. En irónica simultaneidad los miles de infectados y de muertos por la pandemia se multiplican junto al incesante pasar de personas por las calles, aún sabiendo que el aislamiento es, por ahora, la única vacuna contra este virus. No dejo de pensar en mis seres queridos, mi familia, mis amigos y como Jandri, me encuentro en atento e impotente asombro arrojado a la perpetua inestabilidad del mar.

Alejandro Zoratti Calvi