miércoles, 22 de noviembre de 2017

un baño de soledad

Jandri se detuvo un instante como en otras oportunidades. Venía acumulando demasiada mediocridad ajena y le urgió un alto porque ese barro se soporta un rato, no mucho. Tiene una profunda percepción de la miserable cultura en la que le tocó vivir y necesitaba liberar tensiones, es por eso que me ha llamado para que, entre mate y mate, charlemos.
Es sabido que soporta su hábitat con extrema paciencia y suele arrepentirse de no haberse ido, cuando joven, quién sabe a dónde, aunque late en su reflexión la idea de que tal vez aún esté a tiempo. Dado que trabaja en educación, es probable que el énfasis de lo percibido sea para él más intenso que para otros. Es un tipo que aguanta los gritos de la gente evitando gritar como ellos y tratando de ejercitar el inusual acto de hablar de a uno. De igual manera soporta la música fuerte de ajenos que creen que todos comparten el mismo gusto, el mismo horario o los mismos intereses. Resiste las inconsistencias de miles de argumentos prolongados y multiplicados en las redes sociales (esboza aquí una hipótesis basada en la idea de que esas personas acuden a un tipo de función comunicativa que se apoyaría más en lo emotivo que en el contenido de sus mensajes, buscando así encontrar pares compatibles para sentirse aceptados, lo que equivaldría a sentirse amados en un mundo virtual contrastado con el peso de vivir en uno real desamorado; yo, por mi parte, le recomendé que debería dejar de leer twitter o facebook, a lo que me respondió que lo hace cada vez menos). Pone a prueba su inteligencia y su control verbal frente a la falsedad de la posverdad y aguanta estoicamente las eternas obviedades y las redundancias, aunque también entiende que muchos las necesitan a diario para confirmar la estructura de la realidad que se han construido. Aguanta los jueguitos de poder por el que varios deliran, esos insignificantes momentos en los que una posición circunstancial le confiere a alguien la soberbia ilusión de ser superior a otro alguien. Se banca la suciedad de la ciudad en la que vive, la fetidez de la mierda de los perros untada en las veredas, las botellas de plástico, las colillas de cigarrillos, los papeles y los escupitajos, el descontrol del tránsito y el vandalismo de los espacios públicos. Soporta la ignorancia de las autoridades de toda clase y lo que es peor, su disimulo. Convive en la indolencia de una sociedad que demasiado periodismo promociona como solidaria. Resiste el excitado comportamiento histérico de los que son felices en el autoengaño.
Por eso Jandri me confesó que ama la soledad, pues es ahí donde puede darse un buen baño y quitarse toda esa mugre que inevitablemente se le pega. La soledad es como morir, o dormir y tal vez soñar, es creación en potencia y acto. La soledad es oír el estallido de las olas del mar, el frotar de las hojas del abedul plateado de su casa, el rotar científico del mundo, el concepto de las cosas. Soledad es oler el violeta de las lavandas de su jardín, es ponerle al mate que me convida un poco del cedrón que vio crecer de pequeño y que hoy se erige joven al sol de la tarde, es contrastar vivamente el extendido verde sobre el muro durazno de su casa. Soledad es color, luz, aire y pensamiento, es idea en eterno movimiento. Soledad es, finalmente, plantar una pequeña semilla de tomate chocolate y notar el ritmo de su crecimiento mientras persiste la duda sobre la existencia.
Alejandro Zoratti Calvi