Jandri
vive una vida construida por él mismo y su circunstancia y esa construcción parece
alejarlo de la posibilidad de tener un compañero. Contrario a su deseo, se encuentra
demasiadas veces detenido a las puertas del infierno perdiendo toda esperanza. Su
estabilidad es rectitud de conducta. Es duro, pero una buena persona. Se
considera inteligente y no cree pecar de orgullo en eso. Es obsesivamente
respetuoso de los espacios compartidos y eso lo deja fuera del gran porcentaje
de los que viven en su país, acostumbrados a destruir lo público con la máxima
indolencia. No le ha faltado sexo y la gran mayoría de las veces lo ha disfrutado,
pero hablo de otra cosa, ustedes me entienden. Ama a la naturaleza y respeta
tanto animales como plantas y rocas, pero como se ha peleado con la mitad de
sus vecinos porque está harto de que sus mascotas le caguen y meen la vereda de
su casa, ellos piensan que odia a los perros, cuando en realidad él cree que la
mayoría de la gente que tiene animales los enjaula en sus casas cementadas de
dos por dos, despojándolos de su libertad. “La gente no entiende nada, la gente
es extremadamente pelotuda”.
De
pequeño y como producto de su cultura, Jandri ha vivido sumergido en una turbia
conciencia religiosa, pero ha descubierto con el tiempo que lo que en realidad le
atraía de aquellas aguas eran los valores de respeto por la humanidad que esa devoción
defendía. Antes de ahogarse abandonó la barca católica, sobre todo porque los
católicos siempre odiaron a los homosexuales. Hace tiempo que Jandri se ocupa
más sobre la existencia del hombre que sobre la existencia de dios y considera
que las personas que viven según esas reveladas normas divinas terminan perdiendo
libertad de conciencia. Todo esto lo ha alejado en parte también de alguna
amistad, un poco por puto y otro por volverse casi ateo. Ahora anda más seguro fluctuando arriba de una balsa improvisada.
Como
a todos, no le gusta cualquier música. Inclinado hacia la llamada música académica también acepta otras
posibilidades sonoras mientras cumplan, al menos, con la norma de afinación si
la pieza lo amerita. Hay canciones que lo han emocionado hasta las lágrimas y
sonidos que le han agrandado alma y cerebro. Le aburren o le molestan enormemente
los diálogos obvios, los que agotan su contenido en la función de contacto
comunicacional y los que se interrumpen antes de exponer su pensamiento.
Considera la tardanza de las personas como una falta de respeto. Se acuerda de algunos
pocos cumpleaños con precisión. El tema del tiempo es algo que no termina de
resolver y se pregunta sobre la linealidad, la circularidad, la simultaneidad, el
devenir, la muerte.
Jandri
–que sabe que escribo sobre él- me pregunta qué tanto mis palabras equivaldrían
a su persona, al mundo que ha construido. Él cree que lo que suele conocerse como realidad rara vez encaja correctamente
en el molde del lenguaje verbal y cuando encaja con relativa precisión, “hay
que ver cómo queda, depende de quién lo desmolde”. Piensa que las personas en
general suponen que los lenguajes están para decir el mundo, pero terminan hablando más de sí mismas -y como la
televisión- se han vuelto mayoritariamente autorreferenciales. “Posiblemente eso
es así –dice sin absoluta certeza- porque sólo conocemos el mundo que
construimos, ese es el único del que podemos referenciarnos”. Entonces me
pregunta si un retrato, por ejemplo una pintura, no hablaría más de la persona
que la pintó que del retratado y si acaso no sucedería lo mismo con mis
palabras. Tal vez sea mejor callarse un rato.
Alejandro Zoratti Calvi
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